¿Es la memoria siempre algo bueno y el olvido un mal absoluto? ¿Permite el pasado comprender el presente o sirve, en ocasiones, para ocultarlo? ¿Son recomendables todos los usos del pasado?
Algunas distinciones
1. Olvido y conservación
En primer lugar hay que recordar que la memoria no se opone al olvido. Los dos términos para contrastar son el olvido y la conservación; la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos. La memoria, como tal, es forzosamente una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados, otros inmediata o progresivamente marginados, y luego olvidados. Conservar sin elegir no es una tarea de la memoria.
2. Recuperación del pasado y usos del pasado
La exigencia de recuperar el pasado, de recordarlo, no nos dice cuál será el uso que se hará de él; cada uno de ambos actos tiene sus propias características y paradojas. Una vez recuperado el pasado, lo que debería interesarnos es el papel que el pasado puede desempeñar en el presente.
La recuperación del pasado es indispensable pero esto no significa que el pasado deba regir el presente, sino que, al contrario, el presente hará del pasado el uso que prefiera.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿existe un modo para distinguir de antemano los buenos y los malos usos del pasado? O, si nos remitimos a la constitución de la memoria a través de la conservación y, al mismo tiempo, la selección de informaciones, ¿cómo definir los criterios que nos permitan hacer una buena selección?
3. Memoria literal y memoria ejemplar
Todorov propone fundar la crítica de los usos de la memoria en una distinción entre diversas formas de reminiscencia. El acontecimiento recuperado puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar.
Por un lado, ese suceso -supongamos que un segmento doloroso de mi pasado o del grupo al que pertenezco- es preservado en su literalidad permaneciendo intransitivo y no conduciendo más allá de sí mismo. Subrayo las causas y las consecuencias de ese acto, descubro a todas las personas que puedan estar vinculadas al autor inicial de mi sufrimiento y las acoso a su vez, estableciendo además una continuidad entre el ser que fui y el que soy ahora, o el pasado y el presente de mi pueblo, y extiendo las consecuencias del trauma inicial a todos los instantes de la existencia presente.
O bien, sin negar la propia singularidad del suceso, decido utilizarlo, una vez recuperado, como una manifestación entre otras de una categoría más general, y me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes. La operación es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanálisis o un duelo, neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo; pero, por otra parte -y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública-, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una lección.
El pasado se convierte por tanto en principio de acción para el presente.
El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca a fin de cuentas en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro.
El individuo que no consigue completar el llamado período de duelo, que no logra admitir la realidad de su pérdida desligándose del doloroso impacto emocional que ha sufrido, que sigue viviendo su pasado en vez de integrarlo en el presente, y que está dominado por el recuerdo sin poder controlarlo, es un individuo al que evidentemente hay que compadecer y ayudar: involuntariamente, se condena a sí mismo a la angustia sin remedio, cuando no a la locura.
Cuando el grupo no consigue desligarse de la conmemoración obsesiva del pasado, tanto más difícil de olvidar cuanto más doloroso, o algunos individuos, en el seno de su grupo, incitan a éste a vivir de ese modo, el pasado sirve para reprimir el presente. Sin duda, todos tienen derecho a recuperar su pasado, pero no hay razón para erigir un culto a la memoria por la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril. Una vez restablecido el pasado, la pregunta debe ser: ¿para qué puede servir, y con qué fin?
La memoria ejemplar utiliza la lección del pasado para actuar en el presente.
El uso adecuado de la memoria es el que sirve a una causa, no el que se limita a reproducir el pasado.
Revivir el pasado en el presente
3 etapas
1. Establecimiento de los hechos: archivos
2. Construcción del sentido: escritura de la historia propiamente dicha: una vez establecidos los hechos hay que interpretarlos, e.d., relacionarlos unos con otros, reconocer las causas y los efectos, establecer parecidos, gradaciones, oposiciones. Ya no sólo establecemos qué paso, también buscamos comprender lo que paso. Comprender no es lo mismo que justificar… Comprender los procesos políticos, sociales, psíquicos…
3. Puesta en servicio: tras haber sido reconocido e interpretado, el pasado debe ser utilizado –en el presente: acción política (valores).
Poner el pasado al servicio del presente es una acción. Para juzgarla no basta con exigirle una verdad de adecuación (como en el establecimiento de los hechos) o una verdad de desvelamiento (como en la construcción del sentido); es preciso evaluarla en términos de bien y mal, con criterios políticos y morales. No todos los usos del pasado son buenos y el mismo acontecimiento puede dar lugar a lecciones muy diferentes.
Es superfluo, entonces, preguntarse si es o no necesario conocer la verdad sobre el pasado: la respuesta es siempre afirmativa.
Lo que debemos preguntarnos es a qué objetivos se intenta servir con ayuda de la evocación del pasado;
Nuestro juicio al respecto procede de una selección de valores, en lugar de derivar de la investigación de la verdad; hay que aceptar la comparación entre los beneficios pretendidos a través de cada utilización particular del pasado.
El trabajo del historiador, como cualquier trabajo sobre el pasado, no consiste solamente en establecer unos hechos, sino también en elegir algunos de ellos por ser más destacados y más significativos que otros, relacionándolos después entre sí;
La auténtica oposición no se dará, por consiguiente, entre la ausencia o la presencia de un objetivo exterior a la propia búsqueda del pasado. sino entre los y diferentes objetivos de esta búsqueda; habrá oposición no entre ciencia y política, sino entre una buena y una mala política.
La búsqueda del pasado siempre es política siempre se hace al alero de intereses que tienen que ver con el presente.
Pero en determinados casos puede ocurrir que la razón para preocuparse por el pasado es que nos permite desentendernos del presente, procurándonos además los beneficios de la buena conciencia.
Recordar ahora con minuciosidad los sufrimientos pasados, nos hace quizá vigilantes en relación con los militares y civiles que ejercieron la represión durante la dictadura pero, además, nos permite ignorar las formas de represión actuales -ya que éstas no cuentan con los mismos actores ni toman las mismas formas-.
Conmemorar a las víctimas del pasado es gratificador, mientras que puede resultar incómodo ocuparse de las de hoy en día Esta exoneración de las preocupaciones actuales mediante la memoria del pasado puede ir más lejos incluso: como escribe Rezvani en una de sus novelas, “la memoria de nuestros duelos nos impide prestar atención a los sufrimientos de los demás, justificando nuestros actos de ahora en nombre de los pasados sufrimientos”.
Tenemos que conservar viva la memoria del pasado: no para pedir una reparación por el daño sufrido sino para estar alerta frente a situaciones nuevas y sin embargo análogas.
Hoy mismo, la memoria de la Segunda Guerra Mundial permanece viva en Europa, conservada mediante innumerables conmemoraciones, publicaciones y emisiones de radio o televisión; pero la repetición ritual del “no hay que olvidar” no repercute con ninguna consecuencia visible sobre los procesos de limpieza étnica, de torturas y de ejecuciones en masa que se producen al mismo tiempo, dentro de la propia Europa.
Aquellos que, por una u otra razón, conocen el horror del pasado tienen el deber de alzar su voz contra otro horror, el del presente. Lejos de seguir siendo prisioneros del pasado, lo habremos puesto al servicio del presente…
La labor de memoria se somete entonces a dos series de exigencias: fidelidad para con el pasado, utilidad en el presente.
Pero que ocurre cuando estas series entran en conflicto, cuando la restitución verídica de los hechos puede tener un efecto perjudicial?
La elección que se nos presenta no es entre olvidar y recordar—porque el olvido no depende de una elección, escapa del control de nuestra voluntad—sino entre distintas formas de recuerdo.
Ni sacralizar ni banalizar
Si se sacraliza el pasado, se impide comprenderlo y obtener de él lecciones que se refieran a otros tiempos y otros lugares, que se apliquen a nuevos protagonistas de la historia. Pero si, por el contrario, se lo banaliza, asimilandolo indiscriminadamente a nuevas situaciones, no sólo se disfraza el pasado, se desconoce también el presente y se abre el camino a la injusticia. La manía analógica no es menos lamentable que la obsesión literalista.
Para que el pasado siga siendo fecundo, es preciso aceptar que pase por el filtro de la abstracción, que se integre en el debate referente a lo justo y lo injusto en el presente.
Amenazas al desarrollo de la vida democrática:
deriva
(De derivar).
1. f. Mar. Abatimiento o desvío de la nave de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente.
Estas derivas son tanto más difíciles de combatir cuanto no consisten en introducir un principio enteramente ajeno a la vida democrática, sino en reforzar desmesuradamente, en absolutizar un rasgo de esta vida que, a pequeñas dosis, sigue siéndole útil.
Deriva identitaria
La identidad, tanto individual como colectiva, es indispensable para toda existencia social y a construir y consolidar esta identidad se aplica, especialmente, la memoria.
Pero esta exigencia legítima deja de serlo cuando la fidelidad a la identidad colectiva prevalece sobre los valores democráticos por excelencia que son el individuo y la universalidad. La democracia tolera los cuerpos intermedios (las comunidades en el seno de la sociedad tomada como un todo), pero sin privilegiarlos. Quiere que todos los individuos de un Estado tengan los mismos derechos y que ningún individuo aliene su voluntad y su razón en beneficio de la comunidad--étnica, lingüística, religiosa, racial, sexual—a la que pertenece. Las comunidades son bienvenidas en el seno de la democracia, pero sólo a condición de que no engendren desigualdades e intolerancia.
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